sábado, 23 de mayo de 2009

REVISTA GRECIA:EN EL CORAZON DE LA EPOPEYA


Grecia. Revista de Literatura. Año II, nº 14, 30 de abril de 1919, Sevilla, c/ Amparo, 20.
Director: Isaac del Vando Villar Redactor-Jefe: Adriano del Valle.

En el corazón de la Epopeya
Visitando la Rábida
Para Angelita Romero de Torres
Desde los primeros albores de mi infancia, siempre que en la escuela sacábase a relucir la excelsa figura de Cristóbal Colón, mi corazón palpitaba de alborozo en el pecho. Sentía yo una cosa muy extraña, que no podía explicármela en aquella temprana edad en que las puertas de mi inteligencia estaban entornadas al raciocinio. Luego, un poco más tarde, cuando mis ojos hambrientos de cultura acariciaron revistas y periódicos, pude percatarme de que una fuerza desconocida, a la que no podía resistirme, hacía que me detuviera ante los epígrafes americanistas.
Las informaciones del Nuevo Continente tenían para mi joven y aventurero espíritu un incentivo supremo prometedor de bienaventuranzas futuras. Los nombres sacrosantos de sus libertadores llegaron a serme familiares cual si fuesen héroes de nuestra historia. ¡Amaba a América, como se ama a una prometida difícil y desconocida, porque sabía que era joven, hermosa y rica, como la creación de un poeta oriental! ¡Me cupo la dicha de conocerla, oh amigos; América se me ofreció como un hada de de leyenda fabulosa, deslumbradora, obsesionante, sublime ... Ingenuo y romántico le abrí mi pecho, confesándole que antes de conocerla la había deseado en secreto, que estaba enamorado de ella como un paje discreto pudiera estarlo de una gentil princesa. ¡Nunca olvidaré la gentileza con la cual respondió a mi galantería por boca de uno de sus súbditos! Ello fue así: Recuerdo que en ocasión de encontrarme en la metropolitana capital de México, en torno de una mesa de animado coloquio con un grupo de aztecas, suscité la conversación sobre la eficacia de la unión hispano americana, por entender que de dicha alianza depende el porvenir de ambos pueblos. La epopeya del descubrimiento de América tuvo la culminación más unánime; la figura del lírico argonauta irradió nuestras almas. Cristóforo Colombo fue adorado por nosotros como el sol del Inca.
Uno de los amigachos, que en la apología de los hechos históricos había permanecido mudo como una esfinge, levantóse al fin de su asiento, y con la voz velada por la emoción, al mismo tiempo que mostraba un relicario que pendía de su cuello, habó y dijo:
- En verdad, amigos, que la magnitud de los hechos ha elevado nuestros corazones a una altura paradisíaca; España y América, por un momento de serena y diáfana cordialidad, se han comprendido, se han perdonado y se han amado; pero he aquí, oh íbero amigo, cómo ama a la madre fecunda este pobre indio; ¿acaso alguno de vosotros conoce La Rábida? Yo he visitado aquel sagrado monasterio, y como recuerdo imperecedero de aquella jornada, conservo arcilla arrancada por mis propias manos del pie de la Cruz, donde seguramente imploró Colón la ayuda de Dios para realizar su empresa gigante y atrevida.
El relicario donde conservara la tierra bendita, corrió de mano en mano como una antorcha triunfal; para mí tuvo el raro prestigio de un amuleto taumatúrgico. La lección de patria que el mexicano me diera dejó en mi alma un indeleble sedimento de nostalgia y de remordimiento, porque yo desconocía el sitio de donde partieron las carabelas gloriosas; aquello fue como si me dijera:
- Español, no desdeñes tu Patria, venera y visita los lugares inmemoriales.
* * *
Heme aquí, como por obra de encantamiento, en una clara tarde de invierno, en la fértil Andalucía, en la carretera que conduce a Puerto de Palos de Moguer. La típica manola que nos conduce se detiene a la entrada del pueblo, frente a una iglesia gótica. -Aquí fue donde se leyeron las Pragmáticas, -nos dice uno de los amigos ciceroni que me acompañan.
El carruaje, una vez contemplado el edificio, reanuda su marcha por la calle principal de Palos; pero observo que a los pocos pasos se detienen nuevamente. ¡Una nueva sorpresa me espera! -La casa de Alonso Niño -musitan a mi oído.
la emoción de tanto venerando recuerdo empieza a conmoverme; pero la tarde es eclógica y el sol luce con inusitado brillo en el horizonte ...
Palos lo dejamos atrás, con sus casas albúreas y su cielo de azur.
A nuestra vista está el Monasterio de Santa María de la Rábida, en lo sumo de una prominente colina, circundado de alegres viñedos, de pinares que exhalan un perfume balsámico y de tomillos y rústicas flores. Ante la Cruz, he dado gracias y he pedido indulgencia, porque he debido llegar hasta allí como un peregrino, polvoriento, muerto de sed y de cansancio, con el bordón enguirnaldado; ni siquiera mis rodillas han tocado la tierra por temor a la crítica de mis acompañantes. ¡Oh prosaísmo de nuestros tiempos!
Pero por mi mente ha pasado de una manera furtiva la sombra de Colón envuelta en un resplandor de gloria.
He recorrido el Monasterio, que se encuentra en restauración y por lo cual ha perdido mucho de su prístino carácter. Hay pinturas murales, de buen gusto, en deplorable estado de conservación, en la capilla; un patio enarcado, semejante a un acueducto, del más puro y sencillo estilo gótico, donde convergen las celdas que antaño ocuparon los franciscanos.
En la parte alta se encuentra -según opinión del conserje- el auténtico refectorio; pero una vez arriba observo que esta parte es muy posterior al siglo XV, época en que se construyera el citado edificio, que sólo se componía de un cuerpo; así es que, todo cuanto voy viendo después, apenas si me interesa por no ser de la época. Al pasar por la necrópolis he notado un característico olor pútrido, no obstante hacer siglos que no se practican enterramientos.
¡Desde uno de los miradores he contemplado el paisaje: de un lado, la inmensa llanura, colmada de pámpanos que retoñan, y de otro, el mar, el mismo mar donde estuvieron ancladas "La Pinta", "La Niña" y "La Santa María"! Mis sentidos se embriagan de luz mirando en derredor, del oro del sol, del verde de los pinares y viñedos y del azul infinito del cielo y del mar. ¡He llegado a comprender, y hasta sentir, el éxtasis de la luz de que nos habla D'Annunzio en "La Gioconda", siguiendo con mi vista una pareja pesquera, cuyo velamen simula las alas de un arcángel!
* * *
En la tierra de los Pinzones, en Moguer, los amigos que me acompañaron a la inolvidable excursión a La Rábida, han extremado su galantería llevándome a las Clarisas, donde he admirado las esculturas yacentes de alabastro de los Portocarreros; la superiora de dicho convento me mostró, con una sonrisa amable, la cabeza del Bautista en una bandeja de plata, que sin duda ha de ser obra maestra de un artífice del Renacimiento italiano.
Del pueblo moguereño, que es de lo más pintoresco y feudal que pueda decirse, conservaré siempre una eterna gratitud: Moguer es un hidalgo empobrecido.

ISAAC DEL VANDO-VILLAR

Copia literal extraída de la citada Revista y número indicado, págS. 25-27.

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