sábado, 23 de mayo de 2009

ARTICULOS DE GRECIA:SALMOS DEL ULTRA , EL SECRETO DE LA LUNA


Grecia. Revista de Literatura. Año I, nº 6, 1 de enero de 1919, Sevilla, c/ Amparo, 20.
Director: Isaac del Vando Villar Redactor-Jefe: Adriano del Valle.

SALMOS DEL ULTRA
EL SECRETO DE LA LUNA
El liróforo de los treinta años dormía en una actitud supina en su gélido tálamo de célibe y la blanca almohada, donde se hundiera su cabeza, aparecía, en la luz incierta de la estancia, como un albo turbante desceñido: he aquí, que sus ojos brillaban con fulgores de magia, porque, infantilmente, soñaba con el Nirvana oriental.
Mas, de súbito, despertó. Envuelta en los pizzicatis temblorosos del violonchello se dejaba sentir la eterna serenata que Pierrot, como un sahumerio de incienso, elevara a su amada, la pálida luna.
Entonces, con su más dulce acento, el Poeta dijo:
- ¿Qué desconocido misterio, oh Pierrot ingenuo, es el que te impulsa a turbar mi sueño, para llenarme el alma de congoja y de melancolía, en esta serena noche blanca, en que una estrella rutilante me ha revelado el enigma de tu novia cautiva? Pobre Pierrot, rompe, si no quieres caer en el ridículo más espantoso, tu violonchello, baja hasta besar la tierra del harmonioso arco, fija tu mirada vagorosa, que por el dolor se ha hecho hermana gemela de la mirada mía, en mis soñadores ojos de lirista ultraterreno e inverosímil.
La estrella temblorosa habla:
La luna, en nuestros jardines célidos y maravillosos, no es más que una blanca bola de jugar al Polo olvidada en un campo de azur.
Pero los Poetas seguiremos ofreciendo holocausto por saecula saeculorum a la luna.

EL CANTO A LA MADRE
Como el nombre de Madre nada existe tan sonoro y harmonioso, bien pudiera decirse que es una palabra taumatúrgica, quizá omnipotente.
En los momentos de hastío y de renunciamiento terreno, compadezca a los que no supieron amarla, a los que la ultrajaron y escarnecieron. Oh Barba de Bronce, de tu augusto recuerdo histórico debiera de quemarse la página ignominiosa de tu matricidio.
Porque una madre es como un plenilunio en la campiña, todo lo inunda de una inefable y blanca poesía, las madres están nimbadas de blanco, de azul y de misterio; ¡oh madres inmaculadas!.
Son, para los hijos nautas y aventureros, el puerto de salvación; tienen los bálsamos maravillosos que curan los dolores; sus palabras ingenuas y bondadosas nos hacen olvidar los fracasos tremendos e irremediables.
Bajo la influencia del hastío, quisiera ser Salomón, oh madre única, para cantarte, como él lo hiciera a Sulamita, suprimiendo lo que tuviese de sensual y atrevido, sustituyéndolo por lirios y azucenas del Valle de Jericó.
...En mi tálamo, el sol de un nuevo día me dora los pies: recuerdo con dolor los excesos de mi juventud así como también las noches perdidas en los antros del placer, en que impúdicas manos de hetairas coronaban mis sienes con guirnaldas de flores, como si fuera Baco, como si fuese un Fauno. ¡Oh qué asco ...!
No me avergüenza decirlo ¡oh madre santa!; yo apetezco el lácteo jugo de tus robustas mamas, de tus blancas palomas de Madona.
En el ensueño te he visto en un lienzo del Perugino: tú eras la Virgen y yo tu hijo amado. Oprimían tu índice y el dedo del corazón el rubí de tus coronas pentélicas ...; y era todo esto como una interrogación a mi alma que sentía la tristeza infinita del hombre que no sabe para qué ha venido a la tierra.
¿Oh mis dulces lágrimas de sincero arrepentimiento, copiosamente derramadas por mi obstinación en el pecado, por mi incredulidad, por mis culpas, Señor, por mis grandes culpas ...!
¡Madre, que sea yo siempre el niño del Perugino! ¡Oh, no embadurnes tus pezones! Tengo miedo de las adulaciones de los hombres así como de las falaces promesas de las mujeres. Soy un peregrino lírico y nadie me comprende en este gran desierto de la vida. ¡Oh qué hermosos surtidores inagotables brotan perennemente de los calostros de mi madre blanca!
Si alguna vez pasase sobre mí la afrenta de la desgracia, igual que la Magdalena, mi madre derramaría sobre mis pies el perfume de nardo.
Por eso, me estremezco como un junco en la soledad de mi tálamo de hombre célibe, y reconocido de gratitud me postro a tus plantas, oh madre única, como si fuese un arco, como los cuernos invertidos de la luna, atributos de la inmaculada santidad de mi madre prodigiosa e incomparable.
¡Oh, Turrys Eburnea!
ISAAC DEL VANDO-VILLAR

Copia literal extraída de la citada Revista y número indicado, págs. 14-15.

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