sábado, 23 de mayo de 2009

REVISTA GRECIA:ALBAIDA DEL ALJARAFE E ISAAC DEL VANDO VILLAR



REVISTA GRECIA: ALBAIDA DEL ALJARAFE E ISAAC DEL VANDO VILLAR
Hace ya algunos años, gracias a nuestro paisano don Manuel López Bandera (q.e.p.d.), que en nuestro Pueblo de Albaida del Aljarafe (Sevilla) se tuvo noticia de que entre sus hijos figuraba "un poeta". Se investigó y se localizó su partida de nacimiento en la Parroquial de Albaida y su inscripción en el Registro Civil del mismo municipio. Su nombre era Isaac del Vando Villar (1890-1963) Perfil biográfico de Isaac del Vando Villar
A raíz de ahí, y tras el fallecimiento de Manolo, otros cogimos el testigo. En Albaida, su Pueblo natal, no existe ya persona alguna que no sepa, aunque sólo sea de nombre, quién es Isaac. El Aula de Cultura que lleva su nombre ha realizado y realiza una amplia labor difusora de su vida y su obra. Tras la publicación en esta página, con el mismo objetivo, de su obra poética La Sombrilla Japonesa, continuando con esta labor de investigación y difusión, comienzo una serie de artículos que recogerán los escritos que nuestro escritor publicase en la prestigiosa e importantísima Revista Grecia, de la que era su director, extraídos de la obra Grecia. Revista de Literatura (1918-1920). Edición de José María Barrera López. Centro Cultural Generación del 27 y Área de Cultura de la Diputación de Málaga, Málaga, 1998.
Aunque en lo sucesivo seguiré el orden cronológico de aparición en la Revista, los dos primeros artículos que me dispongo a transcribir serán los que de forma explícita dedica Isaac del Vando Villar a Albaida del Aljarafe, su Pueblo natal.
Como digo, este trabajo no tiene otra finalidad que la de divulgar la obra de nuestro poeta para, de esta forma, acercarlo y darlo a conocer a cuantos estudiosos o interesados en el mundo de la Literatura les pueda ser útil.
Sin más preámbulo, he aquí el primero de los dos artículos a los que aludo:
HISTORIA DE MIEDO
Grecia. Año I, núm. 3, Sevilla 15 de noviembre de 1918, págs. 14-15
"Como una sencilla golondrina retorno en los estíos a saturarme de la frescura y serenidad de la aldea donde vi la luz primera. ¡Oh, Albaida de mi infancia, yo no debí abandonarte nunca!
La inquietante cortesanía de las grandes ciudades me han envenenado el alma, las lecturas equívocas han transformado mi carácter jovial en díscolo, y, las mujeres, han enloquecido mi cerebro. ¡Oh, Albaida de mi infancia, yo no debí abandonarte nunca!
Boyero gallardo que conduces tus bueyes dorados por los caminos polvorientos, ¡tú no sabes la irresistible simpatía que me inspira tu figura cuando me sorprendes en las veredas colmadas de chumberas y de zarzas, ensimismado en la lectura!
Algunas veces te he visto sonreír estúpidamente, oh boyero hermano, como extrañado de mi presencia y de mi inutilidad en la vida. En verdad te digo, que soy el ser más desgraciado de la tierra, ¡oh boyero que conduces tus bueyes dorados por los caminos polvorientos!

* * *

La murmuración en los pueblos es el entretenimiento que con más deleite cultivan los habitantes de los mismos, y, en más de una ocasión, había escuchado las siguientes y misteriosas palabras: "¡Cuidao con lo que le ocurrió a su abuelo!". Las viejucas también reiteraban lo del suceso acaecido a mi abuelo, y ponían en sus caras una mueca de miedo, por la que deducía que la tragedia debió ser terrible.
Un día, no pudiendo resistir el aguijonazo de la curiosidad, me encaré con la "señá Frasquita", interrogándola:
- ¡Ah! ¿Pero usted no lo sabe?
- No ...
- Su abuelito iba con frecuencia a Sevilla a hacer compras para una tienda que tenía. Una noche de invierno crudísima, hubo de entretenerse más de lo prudente en el "Burrero": saldría de allí a las tres de la madrugada para recogerse en la posada denominada de "Los Gatos", situada en la calle Harinas, pero a aquellas horas y en aquellos tiempos no abrían las posadas sus puertas ni a la Justicia en persona. Deambuló por calles oscuras y silenciosas como cavernas, con tan mala fortuna, que apenas hacía un rato paseaba, unos embozados le envolvieron en un círculo, diciéndole: "Si no quiere morir, síganos. No le haremos el menor daño, pero necesitamos de un hombre". Estas palabras pronunciadas por el que seguramente sería el capitán de los malhechores, en un tono seco y autoritario, eran palabras rotundas y concluyentes. Así lo comprendió el bueno de su abuelito y siguiólos por los "Humeros" y "Macarena" hasta llegar al Cementerio.
Hizo una pausa de zahorí la "señá Frasquita" y maliciosamente, me guiñó el ojo derecho.
- Aquella tarde -continuó diciéndome- se había verificado el entierro de una encopetada y suntuosa Marquesa, cuya vida de escándalos y de placeres había sido paseada, en una apoteosis deslumbrante, por toda la Ciudad. Esta mujer tenía los ojos del color de las turquesas y los cabellos rubios como si fuesen de un oro encendido: cuentan, que un poeta había perdido la razón al pretender hacer un soneto a sus enigmáticos ojos de náyade; que un marqués de bigote rubio, había sido muerto en duelo por defenderla en su honor, y muchísimas cosas más que no enumero por temor a cansarle. La última disposición de la finada fue que la sepultasen con todas sus valiosas joyas ...

* * *

¡Las blancas tapias del Parque de los Muertos -esas blancas tapias divisorias de la Vida y la Muerte- habían sido profanadas y dentro del sagrado recinto se sentían los pasos sacrílegos de nocturnos salteadores!
La luna, resplandeciente en su plenilunio, lo llenaba todo de una suprema y escalofriante blancura funeral. Los asfodelos, los lirios y las margaritas nevadas, elevaban un salmo ilusorio a la vanidad de los cielos. Los cipreses proyectaban sus sombras en la nitidez de los mausoleos -¡oh, sombras de los cipreses, quien pudiera descifrar vuestro misterio!
Los malhechores, en cuya compañía se hallaba forzado mi abuelo, se dirigieron resueltamente al panteón donde había sido enterrada la célebre marquesa y, según prosiguió refiriéndome la "señá Frasquita", levantaron la losa y penetraron en el interior. A la luz incierta de las lámparas de plata, y bajo las coronas de siemprevivas, apareció el cadáver de la dama prócer, fulgurante de gemas, como una imagen bizantina. Parecía dormida bajo la influencia del opio y soñando agradables quimeras.
Al comenzar los bandidos a despojarla de sus joyas, sintieron los pasos que hacia allí se encaminaban, y al huir precipitados, dejaron encerrado en el panteón a mi abuelo. Los que llegaban eran nuevos codiciosos del fúnebre tesoro. Su asombro fue indescriptible al levantar la tapa y encontrarse con un ser viviente que se erguía como un fantasma vengador y siniestro. En su desenfrenada carrera partieron lápidas y cruces hasta ganar las tapias del Cementerio, y mi pobre abuelo, como botín de aquella memorable jornada, recogió tres magníficas capas que dejaron abandonadas sus apresores al verse sorprendidos.
Sereno y confiado en Dios, se dirigió a la posada y más tarde a su aldea, siendo cosa averiguada que las emociones de tan macabra noche, marcaron en su rostro una huella profunda, tomando el color terroso del interior de las fosas.

* * *

¡Oh, Albaida blanca, blanca como el alquicel de un árabe, yo no olvidaré jamás el interesante relato que me contara, temblorosa y llena de superstición, la vieja "Frasquita" en una cálida noche de Santiago, a la luz chisporroteante de un velón de Lucena!
¡Oh, Albaida la blanca, yo no debí abandonarte nunca!

ISAAC DEL VANDO VILLAR
Muchos son los rasgos y características que podríamos analizar de este bello texto tanto de la vida personal de Isaac como de su relación con Albaida, su Pueblo.
Si hemos mirado su perfil biográfico hasta 1918, fecha de este artículo, una constante conforma la vida de nuestro poeta hasta la fecha: su inseguridad vital. Y he aquí que confiesa que sus estancias en Albaida significan para él un remanso de paz, hasta el punto de expresar lírica, pero contundentemente, su arrepentimiento por haberla "abandonado", confesando que ese trasiego vivencial fuera de Albaida "ha envenenado mi alma, ... ha transformado mi carácter, ... ha enloquecido mi cerebro". Ante una baja autoestima, una melancolía existencial, la estancia en Albaida representa para Isaac "serenidad y frescura". El trato personal y humano con los paisanos, la lectura ensimismada en los campos, la contemplación de personajes y escenas agrícolas y la autorreflexión que en él provocan, evidencian claramente el apego y la necesidad comunicativa con "su gente" que necesita, busca y siente. Isaac manifiesta íntimas emociones y sentimientos en y por Albaida, "donde vi la luz primera".
El Isaac de búsqueda, de tertulia "a la luz chisporroteante de un velón de Lucena", se extasia, y en su relato así nos lo transmite, con la agradable y reveladora narración de la "señá Frasquita". Sin grandes y minuciosas escenas descriptivas, sin un acopio de adjetivación petulante propios de la época, sin una estructura complicada, antes todo lo contrario, el escritor nos sitúa en las escenas de la narración y de lo narrado haciéndonos participar del ambiente pero, a un mismo tiempo, dejando al lector con la plena capacidad de imaginar, pintar, intuir o decorar como le plazca la situación y los personajes narrados. Conciso, expresivo, afable.
Bello homenaje el que Isaac del Vando Villar dedica a "Albaida la blanca", en el segundo artículo que escribe en su recién nacida GRECIA. REVISTA DE LITERATURA, que con el devenir del tiempo sería el principal órgano difusor del ULTRAISMO y de las VANGUARDIAS LITERARIAS.
Romualdo de Gelo, 01-03-05

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